Hace muchos, muchos años, como trescientos años, existía un
pintor muy importante llamado Velázquez. Diego de Silva y Velázquez. Vivía en
Madrid, pero no en una casa cualquiera, sino en un palacio. ¿Sabéis por qué?
Porque era el pintor del rey y de la reina, los que mandaban en toda España.
Los reyes se llamaban Felipe IV y Mariana, tenían una hija
de cinco años ¡Como vosotros! Que se llamaba Margarita. Margarita era guapa,
tenía el pelo largo, abundante y rubio. Llevaba un traje muy raro, largo hasta
los pies, duro y ancho como una lámpara.
Los reyes querían tener un cuadro donde aparecieran ellos
mismos, un retrato. Como entonces no existían las máquinas de fotos, decidieron
que fuera Velázquez el que les hiciera el cuadro.
-“A sus órdenes Majestad. Ahora mismo me voy a mi taller a
hacer vuestros retratos”- dijo Velázquez.
Y contento salió del salón del trono y se fue a su taller
que era la sala de los cuadros. Era una enorme habitación llena de cuadros por
todas sus paredes. Cogió un gran lienzo que lo apoyó en un caballete, sus
pinceles y su paleta y se dispuso a pintar:
-“Qué silencio, que bien se trabaja así”
Al fondo del taller había una puerta que estaba cerrada,
pero alguien la abrió y empezaron a entrar muchas personas y a hacer mucho
ruido.
-“Vaya, se acabó la paz y la tranquilidad”- pensó Velázquez.
Era la infanta Margarita que quería ver pintar a Velázquez.
Le encantaba ver como echaba las pinturas en la paleta, como pringaba el pincel
y como llenaba de pintura el lienzo.
-“Oh, estás dibujando las caras de mi papá y de mi mamá”-
dijo Margarita.
Con ella venían dos meninas, Agustina e Isabel, que todo el
día estaban pendientes de ella.
_”Tengo sed, dame agua”- dijo la infanta.
Rápidamente Agustina cogió del búcaro, lo llenó de agua, se
arrodilló y se lo dio.
-“Así no se piden las cosas”- dijo una voz a su espalda. Era
la guardadamas Marcela que todo el día vigilaba a Margarita.
-“Hay que decir, por favor, ¿me traes agua?”.
-“Tienes que aprender a comportarte como una gran princesa”-
dijo Diego, el otro guardadamas de Margarita.
Pero Margarita no escuchaba ni a Marcela ni a Diego porque
en ese momento mira de reojo a alguien que entra por la otra puerta del taller.
Eran sus papás, los reyes, que también venían a ver como iba el retrato que
estaba haciendo Velázquez. La menina Isabel vio a los reyes y como era muy
educada hizo una reverencia.
-“guau, guau, …”
-“Pero ¿esto qué es? ¡lo que me faltaba! También ha entrado
un perro. Yo no puedo trabajar con tanto alboroto”- pensó Velázquez.
Era el perro preferido de <margarita; un mastín grande y
manso que siempre estaba vigilando a su ama y como estaba cansado y no veía
ningún peligro para su amita decidió tumbarse, no hacer más ruido y de paso
intentar dormir un poco.
Eso era difícil porque Nicolasito Pertusato no paraba de
darle patadas ni de molestarle. Nicolasito era un chico muy pequeño, de piernas
finas y de larga melena que todo el día estaba haciendo travesuras ¿Sabéis por
qué? Porque quería hacer reír a la princesa, para que nos se aburriera y
estuviera contenta todo el día. Nicolasito tenía una amiga llamada Maribárbola
era enana, y aunque tenñ8a muchos años no babía crecido. Ella se dio cuenta de
que acababan de entrar los reyes con lo que decidió estarse quieta y portarse
bien para que no se enfadaran, pero Nicolasito no se estaba quieto.
Pero … ahora ¿Quién entra por la puerta? Era José, el
aposentador del palacio. Su trabajo era estar pendiente de que las habitaciones
y salones del palacio estuvieran ordenados, y de llevar las llaves de todas las
puertas del palacio, se quedó en la puerta sorprendido de ver a los reyes en le
taller de Velázquez.